Desde hace un
par años he tomado como práctica personal, en las fechas cercanas al día del
padre realizar una introspección respecto al machismo. Me refiero a mi
machismo. Me pregunto si soy un padre presente emocionalmente. ¿replico
los modelos de paternidad desde el machismo controlador y distante? ¿soy un
padre presente, empático, disponible?
Soy padre
de una niña, así que este día me pregunto que tan buen padre soy. Es difícil contestar, particularmente cuando se trata de balancear entre enseñarle a vivir valores y desarrollar capacidades. Por ejemplo,
¿es la disciplina un valor o una capacidad? Racionalmente no hay duda de que la
disciplina es una capacidad muy importante para lograr nuestros objetivos en la
vida. Sin embargo, a veces me doy cuenta de que emocionalmente mi aproximación
es como si se tratara de un valor ético. Aunado a la reflexión formativa, me
pregunto si el estilo que utilizo para desarrollar la disciplina en mi hija es
un estilo machista, en el que el hombre tiene la única razón. Espero estar
haciendo buen trabajo en este sentido, ya que en casa se refuerzan las
siguientes nociones: 1) En nuestra casa, la autoridad es mamá y papá, somos
ambos, ninguno de los dos tiene más poder; 2) Las labores del hogar es
responsabilidad de los tres. Pero mucho más importante que estas reflexiones, es ¿mi hija se siente amada? ¿mi hija se siente segura de sí misma? ¿mi hija sabe, lo siente en todo su ser, que puede confiar en papá?
Este año,
el día del padre es diferente. Debido a dos eventos muy importantes en nuestras
vidas. El primero de índole personal y profesional. Hace poco más de año, cambiamos
nuestro lugar de residencia debido a mi trabajo. Ya que el cambio tenía que llevarse
a cabo en el mes de marzo de 2019, decidimos que la familia vendría hasta
terminado el año escolar. Lo cual implicó cuatro meses de vivir en ciudades
distintas. Implicó perderme el fin cursos de tercer año, implicó no estar
juntos el día de las madres, ni el día del padre. En ese día, mi hija y yo
intentamos realizar una vídeo llamada en la cual terminamos llorando. No podía
hablar, ambos estamos llenos de lágrimas.
Hoy, estamos
juntos. Es media noche, mientras escribo mi hija duerme en su cama en el cuatro
contiguo. Hemos pasado los últimos 3 meses en casa. Ambos trabajando desde nuestras
computadoras. Ella en su escuela con clases en vídeo llamada y pre-grabadas. ¡Creo
que ella tiene mayor resistencia a las vídeo conferencias que yo! Ha sido un
gran esfuerzo.
La pandemia
ha permitido que podamos compartir desayuno, comida y cena, con pocos apuros, administrando
nuestro tiempo. Durante las pausas de trabajo puedo acercarme, preguntar cómo
va su mañana, o simplemente hacer un “High Five”. En los primeros días de la
contingencia, cuando la escuela se estaba adaptando a esta nueva realidad, ella se sentaba en su mesa a un costado de mi escritorio. Ella en sus matemáticas, yo
en mis reportes. Sí, con sus altibajos, le requirió madurar, incrementar su
atención y concentración. A mi también me ha costado, he tenido que trabajar en ser mucho más paciente.
Durante la
contingencia “me voy más tarde a trabajar y salgo más temprano”. Para nosotros
es así, cuando efectivamente puede ser que trabajo más horas. Al ser eliminados
los tiempos de traslado, podemos pasar más tiempo juntos. Cierto que de
cualquier manera paso mucha parte del día en mi oficina, en mi home office. Pero
hay una sensación de tranquilidad que encuentro al saber que el otro cuarto, en
el piso de abajo, está ni hija. Escucharla reír mientras juega, mientras ve
algún programa que disfruta. Escucharla jugar con los gatos, o cantar mientras
se toma un baño.
Cada día del
padre es una oportunidad de reflexión. De encontrar las fortalezas que logrado
cultivar, e identificar dónde me falta poner abono, mover la tierra, o dar un
poco agua. Este día del padre disfruto de escuchar la risa de mi hija mientras trabajo. No hay mejor música para los oídos.
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